Logroño, la vida bañada por el Ebro y el vino
Logroño y el vino son dos conceptos que casi siempre van unidos. La Calle del Laurel, entre sus pinchos y sus copas de tintos y blancos, es seguramente uno de los lugares que mejor representan la vida riojana. Pero hay más en una ciudad que descansa viendo pasar el Ebro y los caminantes rumbo a Santiago, que combina la historia medieval con los ángulos de la arquitectura moderna.
Una capital pequeña, que fácilmente se recorre caminando y que vive, sin demasiada presunción, un auge turístico y un crecimiento exponencial de visitantes. Motivado en parte por su privilegiada situación geográfica. A menos de 4 horas desde Madrid, y apenas hora y media desde Bilbao, se convierte en una parada habitual en cualquier viaje por el norte de la península.
Especialmente para los amantes de la gastronomía, y es que ir a La Rioja estando a dieta se asemeja inadmisible. Demasiados pinchos a lo largo de sus calles, demasiados productos de categoría, demasiados locales en los que se cuida con mimo la gastronomía. Demasiados bocaditos y bocadillos entre tintos y blancos para querer privarse de alguno.
Se escucha mucho eso de: "a Logroño vamos a comer", y con razón, aunque hay más que ver entre pincho y tapa. Este rincón junto al Ebro siempre fue un cruce de caminos, llegando a convertirse en tiempos medievales en uno de los centros urbanos más importantes del norte de la península ibérica. La iglesia de San Bartolomé y su torre de estilo mudejar, o la iglesia de Santiago el Real, parada habitual de peregrinos y caminantes, son algunos de los símbolos de la época, que siguen dando fé de aquella historia.
El pequeño casco histórico de Logroño se reparte en torno a la plaza del mercado, bajo la sombra de las torres de la concatedral de Santa María la redonda. Aunque seguramente su auténtico centro sea la ya mencionada travesía del Laurel. Calle de pinchos por excelencia y lugar abarrotado de gente y ruido de copas a casi cualquier hora del día. La mayor concentración de tapeo y especialidades gastronómicas en el menor espacio. 'La Laurel' es una de esas calles en las que se sabe cuando se entra, pero no cuando se sale. Situada en el lugar donde un día se levantaban las murallas de la ciudad es el estrecho corazón con el que late la capital riojana.
Una estrechura que contrasta con los espacios abiertos, los grandes edificios y las avenidas anchas y ajardinadas que forman el Logroño del siglo XXI. Desde la imponente nueva estación de tren de la ciudad hasta la amplitud de la Gran Vía o el paseo del Espolón, también hay ciertos aires de urbe moderna en esta pequeña capital que a veces se pasa por alto si no es para hablar de vinos y viñedos.
Los ángulos rectos y la magnitud de edificios como el ayuntamiento o el Riojaforum, y los espacios y parques creados junto al fluir del Ebro forman el contraste necesario con la intensa vida de sus callejones históricos. Paseando junto al río, junto a la postal habitual que forman los arcos de su puente de piedra, se respira esa tranquilidad tan del norte, ese espíritu con aires algo vascos, esa paz que a veces parece haberse olvidado en otros lugares de la península con más trafico y preocupaciones.
No hay que negar que a veces se olvida entre los destinos nacionales. Que La Rioja se pasa por alto más allá de etiquetas en botellas y aquel recuerdo futbolístio de la niñez de muchos, que gritaba eso de "hay gol en Las Gaunas". Tampoco hay que negar que seguramente son muchas las ciudades en España con más grandiosidad histórica o arquitectónica. Pero sería un gran error olvidar Logroño como punto de paso o como destino final de nuestra ruta.
Ya sea por disfrutar como en pocos lugares la gastronomía, por degustar la capital de una de las regiones vinícolas más importantes del mundo. Por sentir esa vida entre tasca y tasca y entre calle y calle, independientemente del tiempo que haga. O por relajarse mirando al Ebro. Hay un partido que se juega más allá de Las Gaunas, se juega entre el Ebro y la Laurel, y no vamos a querer que el árbitro pite el final.
En el corazón de Logroño, el vino cobra vida. Sus bodegas guardan secretos de tiempos inmemoriales, mientras cada copa revela la esencia de esta tierra y su arraigada tradición vinícola.
ResponderEliminar