Letterfrack, la recóndita puerta de entrada a Connemara
En el oeste más perdido del condado de Galway, Irlanda, está Letterfrack. Un pueblo diminuto, cruce de caminos y puerta de entrada al Parque Nacional de Connemara. Lugar de paso en la Wild Atlantic Way, la mítica ruta que cruza el oeste de la isla esmeralda, al que apenas llegan unas pocas guaguas por día y que deja a las espaldas las aguas del Atlátinco, inusualmente tranquilas al formar parte de una sinuosa bahía, y al frente la imponente figura de Diamond Hill, montaña emblema de la región.
Apenas unas casas desperdigadas en un paisaje bucólico, una postal de una Irlanda casi antigüa, aquí el tiempo parece haberse detenido dejando solo el resonar del viento. Un par de pubs, imposible no encontrar uno en cualquier lugar del país, forman el centro de un pueblo desordenado, en el que asoma entre los árboles la torre de una pequeña iglesia. Varios hostales, un supermercado, una ferretería y unos cuantos edificios modernos completan la intrusión humana en un rincón en el que la naturaleza es clara dominante.
Sorprende, para lo pequeño que es el pueblo, la amplia variedad de establecimientos. Más allá de los pubs hay una escuela de inglés y el GMIT, el instituto de teconología de Galway, tiene un pequeño campus aquí dedicado al trabajo en madera. Existe también una tienda de recuerdos, "probablemente la más interesante de todo el oeste", dicen algunos, aunque seguramente se encuentre el mismo comentario en todos los pueblos aledaños. Una variedad que tiene por bandera la autenticidad pues, aunque la influencia del Parque Nacional algo tendrá que ver en la proliferación comercial del pueblo, el estilo es tan rústico que deja claro no buscar al turismo de masas.
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A la hora de comer, sentarse en Veldons, el único lugar que parece disponer de un menú, es introducirse de lleno en la autenticidad irlandesa. Por la noche cuenta además con música tradicional en directo. A medio día es el lugar de reunión de la gente de la zona y, raramente, algún turista que haya parado en su ruta por la Atlantic Way. Su carta parece sacada de un manual de gastronomía irlandesa: platos de pescado, salmón, ostras, y un estofado de cordero que aporta la energía necesaria para adentrarse a caminar las ventosas rutas del Parque.
Recorrer el Letterfrack empieza y termina junto en ese cruce de caminos custodiado por los 3 pubs con los que cuenta el pueblo, a excepción quizás de la pequeña iglesia. Un templo casi familiar en honor a St Joseph donde se respira también el aura del lugar, alejado de las prisas y sabiéndose remoto. Algo más de una hora de camino por carretera lo separan del centro de Galway, único rincón urbano en todo el condado.
La mejor forma de conocer la zona es precisamente en coche, pues es lo que permite adentrarse en todos los pueblos de la región de Connemara, en algunos de los cuales incluso se mantiene el gaélico como lengua de uso diario. Tampoco están demasiado habilitados los arcenes para caminar, sin embargo, la escasez de tráfico y la tranquilidad hacen que dejar el coche y penetrar a pie por sus carreteras permita encontrarse de lleno con la Irlanda rural en su estado más puro.
Caminado bajo la lluvia desde la Abadía de Kylemore, otro de los puntos de imprescindible visita de la región, hasta el pueblo descubrí personalmente que es cierto lo que se dice de la amabilidad irlandesa. El primer coche que pasó por una carretera casi vacía me paró, sin siquiera hacer auto-stop, para cobijarme del chaparrón de vuelta al pueblo. Algo habitual en estos lares, dónde el viajero aún es bienvenido con curiosidad.
Letterfrack es uno de esos destinos que se podrían visitar en una mañana larga, pero como he escrito otras veces sobre lugares de una paz similar, conviene hacerlo más tiempo. El oeste de Irlanda, su cultura, su tranqulidad, sus espacios parados en el tiempo, merecen un viaje calmado, disfrutar de una pinta de Guinness en pubs donde seremos el único extranjero. Merecen pasear por sus carreteras estrechas entre prados, caballos y ovejas, para darse cuenta de la grandeza de pueblos tan pequeños y remotos.
Qué sitio más chulo! Nunca había oído ni leído nada sobre él hasta ahora :) Gracias por compartir. Un saludito!
ResponderEliminarGracias a ti Arantxa por seguir pasandote por aquí a ver a qué sitios raros me da por ir jajaja. Un saludo y a ver si nos vemos en alguna quedada viajera!
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