La playa de La Concha, el gran tesoro de San Sebastián
La playa de La Concha no necesita presentación. Si hay una foto 1000 veces repetida de San Sebastián es la de la bahía cerrándose a los pies de la ciudad, custodiada por el casco histórico a un lado, el monte Igueldo al otro y la isla de Santa Clara en el centro. Reconocida como una de las mejores playas urbanas (si no la mejor) de la península ibérica, es un regalo a los sentidos de visita obligada. Si se tienen tan solo unas horas en la capital guipuzcoana se pueden gastar recorriéndola y no se habrá, en absoluto, malgastado el tiempo.
Dicen que las casas que custodian el paseo de La Concha son las más caras de España, y es comprensible. Las aceras que rodean la bahía son seguramente el factor diferencial que hace que la ciudad donostiarra esté reconocida como uno de los mejores lugares para vivir a este lado de los Pirineos. Sus sorprendentes aguas cristalinas a pesar de ser una playa urbana, su tranquilidad, la limpia brisa marina. En cualquier época del año es relajante caminar a su vera, ya sea en camiseta de tirantes o con abrigo y bufanda.
Además no se trata solo del mar y de la arena. San Sebastián es una ciudad que se levanta junto al mar, y que deja que un simple paseo desde un lado de la bahía hasta el otro permita visitar algunos de los puntos de interés más importantes de la ciudad. Desde el Peine del viento hasta la Plaza del Ayuntamiento y la antesala de su casco histórico. Sin olvidar otras maravillas de la ciudad como son Igueldo, el monte Urgull (en el extremo opuesto de la bahía) o la isla de Santa Clara.
En el lado oeste, a los pies del monte Igeldo, Eduardo Chillida, uno de los artistas más famosos que ha dado la ciudad, levantó el Peine del viento. Unas enrevesadas figuras de hierro que, ensambladas a la roca, parecen anunciar la entrada a uno de los mares más bravos de Europa. Desde estas tres esculturas, que parecen dirigir la mirada al horizonte, se abre el Cantábrico, posteriormente el Atlántico, todo ese mar del que Donostia parece ser una reina cubierta de lujos.
Partiendo desde allí hacia el centro por el paseo aparece, a medio camino, el Palacio de Miramar, también conocido como Palacio Real. Un edificio de ladrillo rojo, estilo inglés como el arquitecto que lo diseñó (Selden Wornum). Ordenado a construir por la monarquía española a finales del siglo XIX posee una de las mejores vistas de la bahía y de la ciudad y demuestra la pasión que tuvieron los reyes de la época por este tesoro del norte, no en vano la reina Isabel II había elegido más de medio siglo antes La Concha como su lugar de veraneo.
Desde su jardín y su elegancia el paseo continúa hacia la ciudad, hasta llegar al Ayuntamiento, otra joya arquitectónica de finales del XIX. Un edificio que llegó a albergar un casino, pero que desde 1945 es sede de la casa consistorial, presidiendo también el Parque Alderdi Eder, una elegante plaza ajardinada rodeada de árboles que sirve como inicio o final al paseo marítimo. Desde allí se empiezan abrir las calles del casco histórico, las conocidas por sus pintxos y sus vinos, las que dan paso a una capital repleta de rincones y monumentos que en este punto no ha hecho más que empezar.
La Concha y sus aledaños son un camino que puede llevar desde apenas una hora hasta toda una jornada. No deja de ser imprescindible subir al monte Igueldo y presenciar la que probablemente sea la mejor panorámica de la ciudad, o viajar hasta la isla de Santa Clara, subir por su escarpada orografía y ver la playa desde un punto de vista más original y desconocido, o quizás sacar el bañador y la toalla cuando el tiempo lo permita. A gusto del viajero queda organizar el planning a su medida, lo que está claro es que un viaje a San Sebastián, dure 2 horas o 7 días, necesita de esta bahía, así como la necesita la ciudad para presumir de su calidad de vida y su paz.
Qué de lugares me quedan aun por visitar, madre!!. Gracias por descubrirme un poco más esta ciudad a la que le tengo echado el ojo desde hace mucho tiempo.
ResponderEliminarEs una ciudad que enamora. Yo he estado dos veces y nunca el tiempo suficiente para disfrutarla como se merece, pero tan solo un paseo por la playa ya embauca para querer pasar allí mucho tiempo.
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